jueves, 25 de agosto de 2011

UN CIELO AZUL AL QUE PODER MIRAR Y SOÑAR

Una historia de dos niños.
Soledad tiene trece años y su hermana, Esperanza, cumplirá ocho pronto. Salieron huyendo de su pequeño poblado africano, en Zimbabue, en busca de seguridad y comida; pero sobre todo cariño y afecto. Posiblemente estas dos simples quimeras fueran la verdadera causa de su búsqueda.

Tras largos días de penalidades y fatigas, por caminos polvorientos y secos, esperaba poder llegar a un campamento de refugiados cerca de la frontera. Soledad apenas podía sostenerse en pie, debido al gran esfuerzo físico realizado y por tener que cuidar de su pequeña hermana, Esperanza.

Hacía varios días que Soledad no comía, ya que el poco alimento de que disponían lo había reservado para su hermana, sin que esta se diera cuenta. Soledad había enflaquecido mucho, pero sus preciosos ojos aún conservaban esa humanidad extraordinaria que tienen las personas que solo poseen corazón y amor para los demás.

Desde que salieron huyendo en busca de un lugar mejor, Soledad no dejaba de pensar en los días en que eran una familia y vivían humildemente en su pueblito, junto a su madre y una tía, quien les preparaba tortitas de maíz de tarde en tarde y les contaba pequeñas historias que sucedieron cuando todo era más sencillo y la vida trascurría sin sobresaltos.

Recordaba un cielo azul al que poder mirar y soñar; una familia con la que compartir las cotidianidades diarias; los juegos con su hermana Esperanza y sus primas. Los días en el colegio le gustaban especialmente porque tenía muchas ganas de aprender y quería ser maestra, como su madre, y poder enseñar todo lo aprendido a su gente más cercana.

Ahora solo deseaba cuidar de su hermana Esperanza y poder dejarla en un lugar seguro, donde las cosas volvieran a ser como antes. La muerte de su madre, ocurrida tiempo atrás cuando aquellos hombres malos llegaron al pueblo, violando y matando a todas las mujeres y arrasando todo cuanto había sido su mundo, ya formaba parte de su cruel pasado. Añoraba las tortitas y las historias de su tía y un cielo azul al que poder mirar y soñar.

Tampoco quería recordar lo que uno de aquellos hombres malos le hizo a su pequeño y frágil cuerpo arrancándole un pedazo de su alma. Solo anhelaba encontrar un lugar seguro para su hermana Esperanza. La vida se le escapaba de su cuerpo con cada nuevo paso, pero Soledad no se rendía y seguía luchando y sacando fuerzas de donde ya apenas quedaba nada. Se agarraba a su hermana Esperanza para sentir que toda su familia, y todo su mundo, estaban allí, a su lado, esperando un cielo azul al que mirar y soñar.


Autor: Juan Llin.

1 comentario:

  1. Muy buena causa,es un esfuerzo que debemos asumir todos, no hablamos de fotografías ni países, hablamos de personas en situación extrema, tenéis mi apoyo

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